Ciro Redondo: Combatiente de primera línea

Hace 60 años cayó en combate el tercer coman-dante del Ejército Rebelde, grado conferido pós-tumamente por su arrojo y valor sin límites

El joven artemiseño. (Ilustración: Romay)

Por PEDRO ANTONIO GARCÍA

Los aparatos represivos del régimen batistiano lo acosaron implacablemente al retornar a su ciudad natal, después de su salida de prisión el 15 de mayo de 1955, al estar comprendido en la amnistía que también incluyó a Fidel, Raúl y otros moncadistas. Un sicario solía entrar, sin que mediara invitación alguna, a su casa y ante la madre, le amenazaba: “Usted tiene que irse de aquí. Usted es el que tiene al pueblo revolucionado y si usted no se va de Artemisa, lo voy a matar”. Ciro Redondo le respondía con una sonrisa.

Las amenazas no mellaron su patriotismo y no se cuidaba al afirmar en público: “La sangre que se derramó no se puede olvidar. Hay que seguir luchando y ahora, con más fuerza, con más patriotismo. Yo te digo que el que habla con Fidel, lo sigue hasta vencer o morir”. Por aquellos días, estando en un parque junto con su amigo Mario Lazo, un guardia vestido de civil vino a detener a este último. Ciro tranquilamente dijo: “Súbete en el banco y dile al pueblo lo que está pasando”. Lazo hizo lo que le recomendó y le informó a los presentes que lo llevaban preso a pesar de la amnistía dictada recientemente. A partir de ese momento se generó un espontáneo movimiento popular y tuvieron que liberarlo.

Las amenazas de muerte continuaron. Los padres se preocupaban y el progenitor le propuso: “Ciro, ¿por qué no te vas para España? Allí está mi hermano, tu tío”. En aquella época la península sufría una sangrienta tiranía fascista liderada por el general Francisco Franco y el joven revolucionario, sonriente, respondió: “¿Para qué? ¿Para luchar contra Franco?”. Ya en total clandestinidad, a punto de marchar hacia México para reunirse con Fidel, visitó su casa para saludar a sus padres y hermanos y abrazar a su sobrinito. “Hijo, ¿tú estás loco?”, exclamó la madre que lo sabía perseguido por todos los sicarios de Artemisa. “Los que están locos son ellos por luchar contra el pueblo”, él replicó. “Ya les va quedando poco, estamos ya en 1956 y ya tendrán sorpresas”, añadió.

El joven artemiseño

Dicen que le caracterizaba su sonrisa. Siempre muy alegre y bromista. De niño prefería el campo y los ríos; su juguete más usado era una caña de pescar; y la sonrisa no le cabía en el rostro cuando llegaba a la casa con una rama de mamoncillo o de ateje cubierta de peces y los bolsillos llenos de mangos y otros frutos.

Ciro Redondo García nació en Artemisa el 9 de diciembre de 1931. “Bueno y trabajador, fue un niño estudioso y de voluntad acerada”, solía decir Clara, su madre (ya fallecida). “El mismo se confeccionaba sus avíos de pesca. Cuando regresaba, me tendía el montón de pescaditos en el piso para que yo me pusiera orgullosa de él. Y cómo había que freír, chico”.

El hoy general de brigada Luis Alfonso Zayas, quien lo conoció en la lucha insurreccional, lo recordaría ante un periodista (2002) “físicamente estilizado, pero fuerte, tenía el porte de un militar. Ni muy trigueño ni muy blanco, tenía el pelo castaño oscuro. Jovial, afable, cuidadoso, presumido en su aspecto personal, muy pulcro, algo difícil de mantener en la Sierra. Enérgico, vigoroso y, a la vez, de una caballerosidad extraordinaria”.

Cuentan que, apenas un quinceañero, trabajaba en una tienda de ropa, irónicamente llamada “La revolución”, y por las noches estudiaba mecanografía y teneduría de libros. Se vinculó desde su fundación a la Juventud Ortodoxa porque le atraía la prédica de Chibás de oponer la vergüenza contra el dinero en una época donde 30 monedas y una maquinaria política casi decidían la posesión de un escaño parlamentario.

El revolucionario

Fundador de la Columna 4, junto al Che, Ramiro Valdés y otros rebeldes de aquella tropa. (Autor sin identificar)

Opuesto al golpe de Estado batistiano desde el mismo 10 de marzo de 1952, Ciro se vinculó a Pepe Suárez, Ramiro Valdés, Julito Díaz y otros jóvenes ortodoxos que seguían la línea de Fidel. “Fue uno de los artemiseños que vinieron a La Habana al desfile de las Antorchas, en la víspera del 28 de enero de 1953”, aseveraría su amigo y también moncadista Mario Lazo.

Según testimonio de este combatiente, cuando comenzaron las prácticas militares, “Ciro tiraba con soltura, lo que me hacía pensar que él había iniciado el entrenamiento mucho antes”. De aquellos días rememoraba su coterránea Caridad Pereda, Carucha: “Lo oí hablando con unos compañeros en la academia en que estudiábamos por las noches. Fui 13 veces al bate y bateé 11, decía. Cuando supe la noticia del Moncada, caí en cuenta de que no se trataba de ningún juego de pelota, sino de las prácticas de tiro”.

Lazo solía relatar que en la granjita de Siboney, “a pocas horas del combate, mantenía su carácter jocoso, ahora acompañado de una gran serenidad. Recuerdo que cuando llegó el momento de ponernos los uniformes del Ejército, se reía de algunos compañeros diciéndoles que se parecían al cabo de la guardia de Artemisa”.

En el juicio a los moncadistas, Ciro declaró: “Vine con la firme convicción de que nuestro ejemplo, en caso de que no triunfáramos, iba a ser beneficioso para Cuba”. Aprovechó una pregunta del abogado defensor para denunciar el asesinato de su amigo Marcos Martí, a manos de la soldadesca batistiana, cuando estaban desarmados. “Uno de esos guardias se abalanzó sobre mí pegándome y después, ya no sentí nada más, porque quedé sin sentido… Cuando llegamos al Moncada, un oficial regañó en mala forma a los soldados que me conducían, preguntándoles: ‘¿Por qué lo trajeron? ¿No saben cuáles son las órdenes?’, cuando dijeron eso, yo ya estaba consciente”. Y a un fiscal provocador, respondió: “Vine por voluntad propia, vine a acabar con Batista y si 20 veces tuviera la oportunidad, 20 veces lo haría”.

Lo condenaron a 10 años de cárcel.

Proa a México

En la noche del 18 de enero de 1956 Ciro fue detenido junto con Ramiro Valdés, Julito Díaz, José Ponce y otros moncadistas, acusados de propaganda subversiva y conducidos al puesto de la Guardia Rural de Artemisa, de donde fueron remitidos al Vivac de la capital provincial. El pueblo artemiseño se lanzó a las calles en protesta, liderados por los estudiantes del Pre y de la Escuela de Artes y Oficios. Dos días después fueron liberados pero al regresar a su terruño natal en el entronque de la carretera al central Abraham Lincoln y la Central, la Guardia Rural los volvió a detener. En la capitanía de Guanajay los interrogaron. A Ciro, Julito y Pepe Suárez los condujeron al puesto de la Rural en Bauta, donde radicaba el asesino Jacinto Menocal. El resto quedó libre.

Trasladados al Castillo del Príncipe, jueces honestos desestimaron las acusaciones pero la tiranía apeló a recursos antidemocráticos para que permanecieran presos. El abogado ortodoxo Francisco Carone presentó un recurso ante el Tribunal de Urgencia y este no tuvo más remedio que ordenar la liberación de los revolucionarios el 23 de febrero de 1956. Aun así el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de la tiranía los aprehendió a la salida del Príncipe y los internó en sus mazmorras.

Fichados y fotografiados, nada buenas eran las intenciones de los esbirros. A Julito se le ocurrió decir: “El doctor Carone debe estar loco buscándonos, pues quedamos de vernos en su casa, tan pronto como pudiéramos y no hemos ido, debe estar desesperado”. Los sicarios intercambiaron miradas. Años después Pepe Suárez le confesó a un periodista: “Eso fue lo que nos salvó”.

El Movimiento 26 de Julio determinó su salida del país. Ciro estuvo por última vez con su familia en un almuerzo familiar el 18 de marzo de 1956 en casa de una prima en el reparto habanero La Güinera. Bailó como en sus mejores días. Dos días más tarde partió de Cuba desde los muelles del puerto capitalino. Hacia México a reunirse con Fidel.

Con Fidel, Raúl, Almeida y Ramiro Valdés en la Sierra. (Autor sin identificar)

 

El guerrillero

El internacionalista español Alberto Bayo, a quien Fidel encargó el entrenamiento militar de los futuros expedicionarios, consignó en su evaluación sobre Ciro: “Buen tirador […], muy disciplinado y de excelente resistencia física. Apto para mandar tropas. Reacciona ante cualquier situación con rapidez. Magnífico combatiente de primera línea. Siempre asistió a las prácticas con entusiasmo”

Expedicionario del Granma, tras la sorpresa de Alegría de Pío, integró el grupo de Raúl Castro Ruz y participó en el reencuentro con Fidel en Cinco Palmas. Intervino en las acciones victoriosas de La Plata, Arroyo del Infierno, Altos de Espinosa y Uvero. Cuando Fidel confirió al Che el mando de una columna y el grado de Comandante, Ciro fue ascendido a capitán y se le encomendó un pelotón de esa tropa. Según testimonio del luego coronel Rodolfo Vázquez (ya desaparecido), “lo primero que hacemos es una práctica de tiro con unas armas destartaladas y Ciro da en el blanco”.El internacionalista español Alberto Bayo, a quien Fidel encargó el entrenamiento militar de los futuros expedicionarios, consignó en su evaluación sobre Ciro: “Buen tirador […], muy disciplinado y de excelente resistencia física. Apto para mandar tropas. Reacciona ante cualquier situación con rapidez. Magnífico combatiente de primera línea. Siempre asistió a las prácticas con entusiasmo”.

Alfonso Zayas recordaría ante el autor de este trabajo en 2002: “Ciro y Ramiro (Valdés) se asociaban para compartir la comida, una vez nos habían dado una sardina, una salchicha y la lata de leche para 10 días, muchos nos las comimos enseguida, pero a Ciro y a Ramiro les alcanzó. Se tomaban solo una cucharada, con tremenda disciplina, para cumplir lo establecido”.

Al frente de su pelotón, Ciro combatió junto al Che en Bueycito, Pinar Quemado (El Hombrito), Pino del Agua, Malverde…

La caída

Al lugar del combate los habitantes de la zona le llaman Malverde y está ubicado en el hoy municipio de Guamá, en la provincia de Santiago de Cuba. Al escribir un relato de guerra para la revista Verde Olivosobre los sucesos del 29 de noviembre de 1957, el Che consignaría: “Uno de los pocos campesinos que quedaban en la zona […] trajo la noticia de que en la casa de Reyes, uno o dos kilómetros arriba, ya subiendo la Sierra de la Nevada, había un grupo grande de soldados acampados”.

Según testimonio de Alfonso Zayas, “ellos (los enemigos) se baten con Camilo, quien le hace dos o tres bajas y se retira. Los soldados dan una vuelta y vienen por el firme, y se meten en Malverde. El Che hace una emboscada con los pelotones de Lalo (Sardiñas), Raúl (Castro Mercader) y de la Comandancia por el Sur; y el de Ciro (Redondo) por el Norte”.

A media tarde se oyó una intensa balacera. “(Luego) me llegaba la noticia triste –recordaría el Che–, Ciro Redondo, tratando de forzar las líneas enemigas, había sido muerto”. Añade Zayas: “Cuando Ciro avanza, se encuentra con un guardia que le queda enfrente, pero hay otro que está en un flanco y este es el que lo mata. Su muerte fue para nosotros un dolor muy grande”.

Che envió entonces una carta a Fidel en la cual proponía su ascenso póstumo a Comandante. Poco después se le confirió ese grado. En su misiva al líder de la Revolución, afirmaría: “Ciro murió de un balazo en la cabeza al frente de la gente, en una acción realmente heroica, […] había conseguido que su tropa lo admirara y lo siguiera. Fue un buen compañero y sobre todo, uno de los inconmovibles puntales en cuanto a obsesión de lucha”.

Fuentes consultadas

Testimonios ofrecidos por la familia de Ciro Redondo y sus compañeros de lucha al autor de este trabajo (2002). Los libros Pasajes de la guerra revolucionaria, de Che Guevara, Ciro Redondo, capitán del pueblo, de Mario Lazo Pérez y Mario Lazo Atala, y El juicio del Moncada, de Marta Rojas.

(Revista Bohemia)

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