
Una de las hipótesis ha atribuido las molestias al canto de los grillos.
Síndrome de La Habana, le dicen. Suena a trama de película de espionaje, donde los comunistas siempre son los malos, espías traicioneros. No en vano Estados Unidos es la gran casa de Hollywood, la principal fábrica de ficción del mundo.
Esta vez, como otras tantas, quisieron llevar un relato inventado a la realidad. Mezclas una buena trama con algunos prejuicios de la Guerra Fría, y listo. El pretexto para retroceder en las relaciones con Cuba está servido.
Pero, en la práctica, ni ellos mismo han logrado ponerse de acuerdo. Primero manifestaban abiertamente la certeza de los ataques. Las consecuencias se hicieron sentir en la retirada de la mayoría del personal de la embajada estadounidense en la capital caribeña y en la emisión de un comunicado de alerta para no viajar a Cuba. A estas primeras acciones le siguieron numerosas medidas de agresión económica, acompañadas del endurecimiento de la retórica hacia la Mayor de las Antillas.
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El discurso en torno al tema ha ido variando de forma sutil. Un informe reciente de CIA refiere que los supuestos síntomas fueron “improbablemente” causados por una potencia extranjera. La ciencia sigue del lado de Cuba, aunque el gobierno de Estados Unidos continue sujetando con fuerza su evasiva política.
A estas alturas, la evidencia sigue sin aparecer. Parece mentira que el país más poderoso del mundo, con un extensísimo aparato de inteligencia, no haya podido encontrar ni la más mínima pista para fundamentar la acometida contra Cuba. ¿Será que no existen?
Maine acústico, seis años después
Entre finales de 2016 y principios de 2017, cerca de veinte funcionarios estadounidenses reportaron sufrir mareos, vértigos y dolores agudos en los oídos. Atribuyeron la causa a la exposición a “extraños sonidos”. Para mediados de año, ya el gobierno estadounidense acusaba a Cuba de haber sometido a su personal a los efectos de un arma sónica.
En 2018 la embajada quedó inoperante. Así se daba marcha atrás en el acercamiento producido durante la administración de Obama.

La embajada de Estados Unidos en Cuba no opera desde hace varios años. Foto: El País.
Durante todo el proceso, la parte estadounidense presentó una serie no despreciable de irregularidades, como la demora en informar sobre los pretendidos incidentes y la negativa de compartir información. Un informe desclasificado del Departamento de Estado norteño señalaba “mala gestión, falta de coordinación e incumplimiento de procedimientos” en la respuesta política de Trump.
La reacción norteamericana se “caracterizó por la falta de liderazgo de alto nivel, la ineficacia de las comunicaciones y la desorganización sistémica”, refería el documento.
El lado cubano siempre manifestó su disposición al intercambio. Las autoridades competentes respondieron rápidamente ante los reclamos y realizaron las investigaciones necesarias ꟷcon la limitante de que nunca pudieron acceder a las supuestas víctimas para indagar sobre sus dolencias. Todo el escrutinio demostró que no existen evidencias criminalísticas ni científicas para sostener los supuestos ataques sónicos.
A la misma conclusión han llegado instituciones estadounidenses. El más reciente informe de la CIA al respecto declaraba que la mayoría de los “casos informados al gobierno pueden explicarse por causas ambientales, condiciones médicas no diagnosticadas o estrés, en lugar de una campaña global sostenida por parte de una potencia extranjera”. Según el organismo de inteligencia, continúan enfocados en dos docenas de casos, aún “sin explicación”.
Ecos de un “ataque” misterioso

La exposición a microondas viene acompañada de calor, aspecto que ninguno de los funcionarios estadounidenses refirió.
La nula existencia de pruebas no impidió el surgimiento de numerosas hipótesis sobre los incidentes. Algunas de ellas achacan las dolencias al efecto de productos químicos para combatir el Zica o al canto de los grillos. Otras, más afines a teorías conspirativas, se enfocan en armas producidas en la Unión Soviética.
La energía dirigida sigue ocupando el núcleo de las hipótesis gubernamentales. Incluso medios de prensa han publicado audios con el supuesto “sonido de los ataques acústicos” en Cuba. Cada conjetura ha sido desmentida oportunamente por los expertos cubanos.
En todo caso, las agresiones contra Cuba fueron (y son) reales. Las sucesivas administraciones han encontrado una justificación, primero, para el fin del deshielo iniciado en 2014 y, después, para recrudecer el cerco económico ya existente.
A nivel de discurso político, los fines de la maniobra han sido claros. Mientras Trump afirmó: “Creo que Cuba es responsable. Sí lo creo”, sin titubeo alguno, Biden ha vuelto a la pregunta de quién es el culpable.

Trump y Biden han demostrado algunas diferencias en sus discursos sobre los supuestos ataques sónicos. Foto: France 24.
“Estamos poniendo a disposición la totalidad de los recursos del gobierno de Estados Unidos para (…) determinar su causa”, declaró el mandatario al firmar la llamada Ley de La Habana.
Desde el nombre alude de forma directa a la Mayor de las Antillas, aunque se han reportado incidentes en otros lugares del mundo. La misma existencia de un estatuto legal evidencia la cobertura mediática del tema, así como su centralidad en el enfoque estadounidense hacia la Isla.
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El lugar que han ocupado quienes se declaran afectados en la construcción de la narrativa, enfoca la arista emocional del tópico. Como, en la práctica, las infundadas sospechas siguen cayendo sobre Cuba, la ínsula queda como causante de un profundo drama humano. Una palada más de descrédito hacia el “comunismo”.
¿Podemos esperar algo del cambio de retórica? No parece probable. Mientras sea útil el pretexto político para señalar a Cuba como país enemigo, seguirá siendo usado. A las alturas del siglo XXI, está comprobado que la mentira ya no tiene patas cortas.
http://razonesdecuba.cu/ataques-sonicos-cuando-la-politica-tiene-la-ultima-palabra/