MÉDICOS

 

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Cuando mi abuela se cubría de talcos, al más puro estilo de la archiconocida Cucaracha Martina, era señal probable de que soltaría su frase estrella: ¨Me voy para el Médico¨. Agarraba su cartera de piel reluciente, se ponía los aretes de ¨salir¨ y un toque de perfume ¨Diamante Negro¨ reservado para esas ocasiones.

La visita al galeno lo mismo podía ser porque suponía que tenía la presión arterial un poco alta; el azúcar tal vez subió un poquito; algún mareo matutino la preocupó o simplemente necesitaba una receta para comprar dipirona. En esa decisión espontánea y sin muchos anuncios previos, se escondía una realidad; que, por cotidiana, dejaba a veces de ser visible, pero no dejaba de ser extraordinaria: AL MÉDICO SE PODÍA IR CUALQUIER DÍA SIN MÁS CÁCULO QUE EL TIEMPO NECESARIO Y SIN REVISAR EL MONEDERO.

Clemente, alias ¨Qué mal me siento¨ no dejaba pasar una semana sin que el laboratorio del policlínico lo viera llegar, lo mismo para extraerse sangre y revisar la hemoglobina, que para recoger los resultados de un examen que decidió hacerse cuando notó que las guayabas le estaban cayendo mal. Nunca le preguntaron si tenía dinero para pagar los reactivos o los materiales desechables; él nunca indagó si aquello le costaría un centavo, conocía la respuesta, vivía en Cuba y lo que se sabe no se pregunta.

Los tres hijos de Getulia la barrendera y Néstor el Desmochador de Palmas , se convirtieron en médicos, dos cirujanos y uno en medicina general integral. Personas humildes que ahora vestían con elegancia sus batas blancas y que eran el orgullo de sus padres. Muchas veces la mujer solía decir con pícaro orgullo y cubanía: LE DOY UN TOTÍ BLANCO AL QUE ME TRAIGA ALGUNA BARRENDERA DE OTRO PAÍS QUE TENGA TRES HIJOS MÉDICOS.

 Los tres muchachos cumplieron misiones internacionalistas. Uno estuvo en África, los otros dos en América. Todos descubrieron que la pobreza más terrible no es tener una libreta de abastecimiento, un solo par de zapatos, dos pitusas, pocas guaguas y un montón de baches. Descubrieron que la pobreza podía ser otra cosa más atroz, como el llanto de una mujer africana que vio morir de cólera   a cuatro hijos y que salvó al último en el hospital de los cubanos o los veinticinco años que estuvo ciego un boliviano pobre hasta que un oftalmólogo del sur de Guantánamo le devolvió la visión.

Vivieron y sufrieron otras historias, conocieron otras realidades y aunque también convivieron con las supuestas bondades del capitalismo, nunca perdieron las enseñanzas de sus padres y amor por su país. Simplemente curaron a todos los que pudieron, de izquierdas o de derechas, liberales o conservadores, racistas y recalcitrantes, agradecidos y desagradecidos.

Ayer se enteraron que andan por la OEA pretendiendo alzar la voz en nombre de ellos, en medio  de una extraña ¨defensa¨ ante una más extraña ¨esclavitud¨ que se supone están padeciendo a cargo del gobierno cubano. El viejo desmochador, sin apartar la vista de una empinada palma real batida por el viento, solo atinó a decir: EXTRAÑA ESCLAVITUD ES ESTA, QUE  LEJOS DE DAÑAR, CURA.

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