Legendaria leyenda sobre Giulia Toffana, la envenenadora de maridos, sugerencia de Beatriz Lorenzo, de Pinar del Río
Giulia Toffana es considerada asesina de hombres. (Foto: pbs.twimg.com).
A cargo de YAMILA VERDAYE
La versión más establecida o consensuada de la historia, estampa que Giulia nació en la ciudad italiana de Palermo hacia el año 1600 y que su vida dio un giro al quedarse viuda.
Como muchas mujeres de la época –se cree que descubrió la libertad a raíz de un acontecimiento supuestamente desgraciado–, en la Europa del siglo XVII, vivía atrapada en un matrimonio opresivo, porque no existía la posibilidad del divorcio. Por entonces, las hijas de la nobleza pasaban de mano en mano como propiedades, como monedas de cambio para tratos políticos y negocios importantes.
Giulia era madre de una niña y se la consideraba una mujer bella, distinguida. Se dice que quienes la conocieron veían como normal que tras el fallecimiento del esposo, pasara largos ratos en las perfumerías de su ciudad, deleitándose con fragancias para superar la pérdida.
Sin embargo, no era una clienta cualquiera, en realidad le interesaba averiguar cómo se fabricaban o hacían las pociones. Viendo el trabajo de maestros alquimistas, ella dio con la fórmula que buscaba, no era precisamente una esencia perfumada, tampoco agua de rosas, sino un sutil veneno que acabó haciéndose famoso en toda Italia y que sería bautizado años después con el apellido de su autora, Aqua Toffana.
El tóxico contenía arsénico, plomo y el arbusto belladona, planta que se utilizaba en el antiguo Egipto como narcótico, en la antigua Grecia como afrodisíaco y que en la Edad Media era parte de la botica de brujas.
La Toffana vislumbró que quizá muchas mujeres desearían tener de estas gotas, como medio de venganza útil entre señoritas y señoras de la época: era un veneno indetectable, sin sabor y no dejaba rastro visible en el cadáver. Tampoco una autopsia lo denunciaba.
Entonces, Giulia formó a su hija en la fabricación-venta del brebaje, se mudó a Roma, reclutó varias ayudantes y desde allí erigió una compleja red de distribución: la toxina viajaba en botes de maquillaje o en pequeños frascos pensados para almacenar agua bendita.
La administración de la droga era fácil y prometía discreción, se debían dejar caer unas gotas sobre la comida del día o en un vaso de bebida. Después de la primera deglución, el hombre se sentiría cansado, con síntomas parecidos a un resfriado, la segunda ingestión de emponzoño conllevaría asistencia médica sin falta por malestar imperante, después de la tercera era probable que se ordenara el ingreso en un hospital y con la cuarta, el marido expuesto a la penuria habría muerto. A la sazón las asesinas podrían llorar afligidas su desaparición mientras organizaban su nueva vida.
Era inimaginable que entre todos los cosméticos de un tocador se escondiera un veneno letal, era impensable que una esposa odiara a su marido y llegara a tanto. La Toffana se convirtió en matona pionera y las clientas satisfechas recomendaban el producto a otras mujeres que necesitaban ayuda.
Tuvo tanto éxito el asunto que fue descubierto. Se dice que cuando una de sus usuarias estaba a punto de servir un plato de sopa envenenada a su marido se arrepintió, confesó y develó el apellido de la proveedora.
En julio del año 1659, Giulia fue ejecutada junto a su hija y cuatro ayudantes, se eligió como lugar de justicia la plaza de Campo de Fiori y su cadáver fue lanzado desde lo alto de la iglesia que le había servido de refugio al pecado.
Luego de investigaciones de las autoridades, mucha clientela fue ejecutada o encerrada en las húmedas celdas del Palazzo Pucci. Pero el alcance del Agua Toffana no se descubrió, tampoco se sabe cuántos hombres murieron envenenados por sus esposas y amantes, ni cuántas mujeres se salvaron de la horca alegando haber comprado esos frascos para estar más guapas.
El negocio se expuso ante las autoridades papales y se cree que el rumor se extendió, provocando que mucha gente apoyara públicamente a la alquimista y su hija, mientras otros denunciaban que aquellas mujeres habían envenenado el agua de Palermo, Nápoles y Roma.
Hay apuntes que indican que algunas seguidoras de este hacer se refugiaron en una iglesia, pero la policía entró en el santuario y las interrogó. Igualmente se registra que esta mujer fue torturada hasta confesar la magnitud de su crimen y que finalmente reconoció haber provocado la muerte a 600 hombres solo en Roma entre los años 1633 y 1651.
Se le calificó de asesina en masa y a la vez de ser la única proveedora de herramientas de autodefensa para damas de su tiempo carentes de voz, credibilidad, víctimas de abusos de todo tipo y crueldades sin límites.
Esta viuda con ansias de compartir su libertad, tal vez silbó al mundo que la astucia femenina puede hacerse notar y que ellas nacen libres. La creencia de que fueran seres inofensivos, por ser constantemente infravaloradas, resultó –para la época– la mejor arma de muchas mujeres.
(Tomado Revista Bohemia)